A las 5 y media de la mañana sonaba el despertador. Era el fantástico mes de vacaciones, de playa, de disfrute, de amigos, de risas bajo el sol y de noches bajo las estrellas, el fantástico mes en el que a la gente se le doraba la piel… ¡pero no a mí!
Para mí el despertador sonaba bien pronto. Me ponía aquellas deportivas viejas que habían dejado de ser blancas hacía ya un tiempo, una de mis camisetas menos preciadas, mis shorts y mi piel no se doraba bajo el sol, sino que se tintaba de morado en aquel almacén. Entraba a trabajar a las 6 de la mañana y salía a las 20, a las 21 o a las 22, es decir, cuando la última caja de uva estaba limpia. Eso sí, parabas 15 minutos a almorzar y una hora a comer…
Así fueron unos cuántos de mis veranos. Si no recuerdo mal el verano de mis 16 años, el de mis 17, el de los 18 y el de los 19. Trabajaba en un almacén limpiando cajones de uva y envasándola en pequeñas cajas de plástico para que fuese exportada. No trabajaba sola, mi madre, mi hermana y otras tantas chicas compartían esta aventura.
Tengo que confesarte que no recuerdo con excesivo cariño aquella época de mi vida. No puedo hablarte de disfrute, no puedo hablarte de felicidad, ni puedo hablarte de demasiadas risas ni demasiadas conversaciones (te hacían callar si hablabas con tu compañera de enfrente porque pensaban que la faena saldría más lenta). Y no puedo hablarte de ello porque uno de los puntos que más me dolía no era el no poder hablar, ni lo pringoso que era llevar la ropa manchada de uva, ni tan siquiera el que te pagaban las horas a 300 pesetas (1’80 euros!!). No, para mí lo que cada mañana me entristecía era pensar que entraba antes de que saliese el sol y salía después de su puesta. Perderse la luz del día, la salida y la puesta era tremendamente doloroso.
El tiempo ha pasado…te diría que unos cuántos años y puedo decir con toda seguridad que es una de las mejores experiencias que he vivido, posiblemente una de las experiencias que más me ha hecho aprender y luchar cada día por aquello que quiero. Desde ese momento, cualquier trabajo se convirtió en una sensación de sentirme afortunada: si tenía que trabajar de camarera pensaba en la fortuna de poder ir simplemente bien vestida y sin olor a uva, si tenía que trabajar como babysitter pensaba en la suerte de no tener que hacerlo durante 15 horas seguidas, si tengo que trabajar un fin de semana no me parece nada comparado con todos los fines de semana de mis veranos…
¿Qué quiero decir con esto? Pues que las malas experiencias nos hacen valorar lo que tenemos. Después de aquello cualquier trabajo para mi ha sido una oportunidad de demostrar lo que valgo, de cambiar mi situación profesional, de sentirme útil en cada trabajo por el que he pasado y valorar lo que cada uno me ofrece. Cuando tengo un mal día en mi trabajo pienso en aquellos inicios y de repente, valoro en segundos lo que tengo en el presente.
Ante esto, algunos te dicen…¿Y eso no es conformismo? Y no, estoy convencida de que no hablo de eso. Yo no me conformo fácilmente, si algo puede ser mejorado, intentaré hacer todo lo que esté en mis manos, pero recordar de dónde vengo, me hace valorar muchísimo más el presente.
Yo no hablo de conformismo, solo me refiero a que esas “duras experiencias” te enriquecen tremendamente.
¿Y en qué te enriquecen? Pues aquí está mi pequeña lista de enriquecimientos:
– Saber lo que no quieres: una experiencia como la que viví me hizo aprender qué era lo que no quería en mi vida. Recuerdo que cuando volvía a las clases del instituto o de la Universidad, estudiaba con una pasión tremenda porque tenía muy claro que quería un futuro apartado de aquellos almacenes.
– Aumentar tu empatía: Estas experiencias te hacen entender a otros, te hacen empático, sabes de qué te habla la gente cuando no disfruta y no le gusta su trabajo, cuando no tiene las mínimas condiciones, cuando necesita cambiar algo en su vida.
– Desarrollar tu humildad: Todo lo vivido me hace recordar de dónde vengo, con qué esfuerzo de mis padres he llegado donde estoy y sientes un respeto bárbaro por aquellas personas que hacen trabajos duros, repetitivos, aburridos.
– Agradecer lo que tienes: Sabes perfectamente qué significa no tener, no tener vacaciones, no tener tus caprichos, no tener lo que quieres, no tener ilusión…y todo ese NO TENER se convierte en el agradecimiento más poderoso cada vez que un día de verano cambias el color morado-uva de tu piel por un color bronceado de mar.
Esta semana el reto va a consistir en pensar en aquellas experiencias que has vivido que en su momento valoraste como negativas pero que hoy en día puedes sentir que marcaron tu vida para bien, que te hicieron aprender y que te han hecho la persona que hoy en día eres. Para ello puedes dibujar una línea imaginaria en el suelo de lo que ha sido tu vida hasta el momento y caminar por ella, repasando todos esos hitos que aunque en su momento parecieron negativos, hoy han hecho parte del gran ser humano que eres. ¿Vamos a ello?
¡Nos vemos la próxima semana!
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