55.200 pesetas, ese era el precio de uno de mis mayores tesoros: mi primera bicicleta de montaña.
Aquel verano había trabajado en un almacén de fruta en muy buenas condiciones: entrabas a las 6 de la mañana, salías a las 21 h., en un lugar en el que no te permitían hablar con nadie (para que no bajara tu productividad) y además oliendo todo el día a mosto de vino. Y justo ese había sido el camino para conseguir esa fantástica bicicleta de montaña.
Era aquello que me iba a permitir moverme de una facultad a otra pues combinaba mis estudios de Magisterio de Educación Física con Psicología. Pero esta situación duró solo unos meses, hasta el día aquel que salí de clase y mi bicicleta no estaba, no quedaba rastro de ella. La busqué, miré en otros lugares, llegué a pensar que no había ido en bici a clase, volví a casa deseando que aquello hubiese sido una mala pasada de mi memoria, pero no, no estaba esperándome tranquilamente en la terraza. Todo mi esfuerzo, todo mi verano, todas mis horas de trabajo…¡habían desaparecido!
Durante días y días me invadió un enfado tremendo, miraba obsesionada cada bici que pasaba por mi lado, soñaba por las noches con encontrarme al ladrón, me enfadaba conmigo misma por haber salido aquella mañana con ella, iba a las tiendas de segunda mano, a los rastros…pero sin rastro de ella… ¡Nuca mejor dicho!
Sabía que ya era una pérdida irrecuperable pero mi mente y mi cuerpo luchaban cada día por recuperarla hasta que acabé completamente agotada y sin ELLA.
¿Resultado de aquello? Un mes de sufrimiento, de dolor, de sentir la sensación de injusticia, de enfado con el mundo en general, tristeza, lágrimas, y todo ello…¡para nada!
Pasó el tiempo y poco a poco todos aquellos sentimientos fueron dejando espacio para la aceptación, fui aprendiendo, desarrollándome como ser humano y en definitiva cambiando. Y de repente, un día sin más ni menos tuve la suerte de que la vida me ofreciera otra situación para practicar.
Una noche, cenaba con unos compañeros de un curso. Acabamos la cena, sacaron la cuenta y cuando íbamos a pagar me di cuenta de que mi bolso estaba casi vacío: habían robado mi cartera y con ella mi dinero, el carné de conducir, DNI, tarjetas bancarias, bonos de transporte, tarjeta sanitaria, fotos y mil detalles más, muy difíciles de recuperar. Revisé con tranquilidad, suelo, baños, fui al bar donde habíamos estado antes y en 10 minutos mientras todos los que me rodeaban mostraban caras tremendas de preocupación yo simplemente sonreía:
– Vamos a ser prácticos: lo más importante es anular las tarjetas. Empezaré con la de mi Empresa y después con las mías. ¿Tenéis alguno el teléfono de anulación?
En ese momento me miraban todos sorprendidos, sin entender por qué estaba tan tranquila.
Anulé las tarjetas y después dije:
– Muy bien chicos, ya no hay nada más que hacer. Con que ahora continuamos la fiesta, ¿no?. Eso sí, tendré después que pediros un favor: ¡que me prestéis un ticket de metro para volver a casa!
Rieron todos y manteniendo esa cara de «Yo no sé cómo se mantiene tan tranquila» continuamos la noche.
Posiblemente podemos pensar que alguien que reacciona así es porque es un pasota, pero no creo que fuese así. No era una cuestión de pasotismo, era una cuestión de aprendizaje.
Si os digo que una situación de ese tipo no me afecta, os estaría mintiendo. Por supuesto que me molestaba perder ese dinero, por supuesto que me molestaba tener que pasar meses y meses de trámites para recuperar todos los permisos, por supuesto que no me gusta decirle a mi jefe que me han robado la tarjeta de Empresa, pero cuando ya ha pasado… ¿Qué vas a hacer? ¿Enfadarte durante semanas? ¿Llorar desesperadamente? ¿Acabar con tu noche y la de tus compañeros? Pues no, porque eso no me habría llevado a ningún lugar.
Evidentemente me dolió no poder recuperar lo más valioso que tenía la cartera, un par de post-its con mensajes de dos personas muy importantes para mi, pero el resto no: los papeles, el dinero y los trámites no pagan ni un minuto de mi malestar.
¿Y qué había cambiado desde el día que me robaron la bici al día de la cartera?
Pues en esa distancia de años que había separado una situación de otra no había cambiado el valor de los objetos, ni la sensación de injusticia cuando te roban algo, lo único que había cambiado era yo como ser humano. Después del robo de la bicicleta me prometí que no volvería a sufrir tanto por un «objeto» y trabajé conmigo misma para estar mucho más preparada. Aquel día tenía más recursos, ganas de mostrarme a mi misma que había cambiado en mi forma de vivir las situaciones de descoloque y sobretodo una pregunta mágica:
Con que así fue, viví la situación, la analicé, aprendí que no debía de dejarme el bolso colgado detrás de mi silla, aprendí a no salir de fiesta con tantas tarjetas y tiré adelante, con calma y con sonrisa.
Esta semana me gustaría que buscaras una situación que hayas vivido de forma negativa, algo que te dolió o te molestó: un robo, un despido, unas palabras que te dolieron, algo en lo que fallaste y hazte esa frase mágica: ¿Qué he aprendido de esto? ¡Y encuentra respuestas, mil respuestas distintas!
¡Nos vemos la próxima semana!
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