Los grandes líderes, esas personas que son reconocidas y “aclamadas por la crítica”, esas personas que llevan a sus equipos a un nivel superior, esas personas que destacan en su posición se forman en grandes escuelas de negocios, escuelas de negocios prestigiosas, carísimas y de donde salen transformados. ¿Lo crees así? Pues yo no…
Sin ninguna duda la formación potencia distintas habilidades, conocimientos y actitudes que pueden mejorar nuestras decisiones y nuestra forma de hacer en el día a día profesional pero no es la única vía de aprendizaje. Hay una Universidad que prepara a los mejores, que selecciona muchas veces a los que llegaran más lejos, una Universidad que les entrena para las mejores y peores experiencias, una Universidad en la que entras después de pasar un increíble proceso de selección (en concreto, por cada entrada compiten 250 millones de candidatos 😉): La Universidad de LA VIDA.
HISTORIAS REALES
Desde siempre he tenido una marcada tendencia a buscar ejemplos reales, historias y anécdotas que me hagan entender teorías e ideas complicadas. En mi trabajo ésta ha sido la forma de proceder para nutrirme al máximo de cada líder con el que he tenido la suerte de trabajar. Me interesa saber cómo han llegado dónde están, qué han aprendido, dónde, cómo han ido creciendo, qué leen, qué piensan, qué música escuchan, cuál es su peli favorita, qué sienten ante mil situaciones distintas…¡y así es como surge esta historia!
Hace un par de años estaba preparando una conferencia sobre liderazgo y quería contar historias y ejemplos de personas reales. Para ello acudí a la experiencia de un cliente con el que he trabajado en los últimos años y que me ha demostrado a varios niveles ser un gran líder (bueno, más que a mí, lo ha demostrado a su gente que es quien le valora como tal). Indagando en su historia, sus estudios y su experiencia vital, él me dijo que justamente esa “Universidad de la Vida” es la que le ha regalado sus mayores aprendizajes de líder. Y me contó esta potente historia…
“Cuando tenía 16 años, como todos mis amigos del pueblo, tenía una vespino. Era nuestro medio de transporte, de diversión, nuestra forma de disfrutar del tiempo libre. Pero pasó el tiempo y la vespino empezó a pasar a un segundo plano. En ese momento la Yamaha se convirtió en nuestro principal centro de atención y en mi objetivo número 1 a conseguir, por lo que se lo hice saber a mi padre:
– Papá, todos mis amigos tienen una Yamaha que les han comprado sus padres. Yo ya no puedo ir en una vespino, necesito que me compres una Yamaha, si no me quedaré solo.
– Perfecto hijo. Me parece fenomenal– respondió mi padre.
– Sííííííí!!! Gracias!!!!- estaba emocionado.
– Hijo, ¿y de qué color la quieres?
– Amarilla.
– ¿Y algo más?
– Sí, amarilla y negra.
– ¿Y de qué cilindrada?
…
Y así estuvo mi padre haciéndome varias preguntas al respecto. Después de contestar emocionado a todas sus preguntas me dijo:
– Me parece fantástico hijo, estoy de acuerdo contigo en todas las características que me has dado. La verdad es que me encanta esa Yamaha. Cuando tengas el dinero que vale, te acompaño a comprarla.
– ¿Quééééééé?- contesté enfadadísimo con esa última frase.
– Sí hijo, que cuando tengas el dinero que vale, te acompaño a comprarla.
Y de ese modo acabó nuestra conversación. Me enfadé, pensé que me podría haber tocado un mejor padre pero al ver que no había más remedio, me busqué trabajo. En ese momento estaba estudiando por lo que compaginé los estudios con dos trabajos que encontré: en verano me pasé varios meses yendo al campo a recoger fruta y los fines de semana trabajaba de camarero. Me costó 15 meses conseguir el dinero necesario para mi Yamaha.
Y en ese punto volví a padre (porque era menor de edad, y necesitaba que me acompañara a comprarla):
– Papá, ya tengo el dinero para la Yamaha. ¿Me puedes acompañar a Valencia a comprarla?
– Claro que sí hijo, cuando quieras.
Ese fin de semana, nos fuimos a la ciudad para elegir mi moto. Era una tienda cerca del Mestalla. Yo tenía perfectamente elegida “Mi moto”. Hablamos con el dependiente, elegí esa maravilla con la que había soñado durante meses y le pregunté al dependiente cuánto necesitaba entregar para hacer la reserva:
– Pues necesitas entregar el 20% para hacer la reserva y así ya la podemos pedir a fábrica.
– Perfecto. Papá, acompáñame al banco que está aquí al lado para sacar el dinero- le dije a mi padre.
Nos levantamos y fuimos hacia la puerta. Y justo en el instante en el que iba a abrir la puerta mi padre me cogió por el brazo y me dijo mirándome a los ojos:
– Hijo, la moto te la pago yo. Ahora ya sabes cuánto esfuerzo cuesta conseguir algunas cosas en la vida por lo que estoy seguro que las valorarás más”.
Y así acaba la historia este líder. A él le brillan los ojos y a mi se me escapan un par de lágrimas mientras siento estar en primera fila de aquella bonita historia, de aquel aprendizaje que cambió su vida.
Pues así es como creo que aprenden muchos líderes. Este en concreto dice que esa historia marcó gran parte de sus esfuerzos, de su disciplina, de su capacidad de valorar el trabajo del equipo y de su forma de interactuar con cada persona con la que trabaja. Con que atento, que en cada rincón de esta Universidad se encuentran tus mayores oportunidades de aprendizaje…. ¡no las desaproveches!
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