Como el mundo te ataca todo está justificado. Si han sido crueles contigo, tú puedes ser cruel con ellos; Si mi jefe no me trata bien, yo debo tratarlo igual de mal; Si no estás conmigo, estás contra mí y así podríamos construir nuestra realidad hasta que nos encontrásemos dándole vida a esa frase de Gandhi: “Ojo por ojo y el mundo acabaría ciego”.
No te hablo de que pongas la otra mejilla, no te hablo de parecer tan bueno que al final crean que estás tonto, tan solo intento hablarte de estrategias de afrontamiento ante situaciones complicadas. Estrategias que te permitan aprender, desarrollarte, investigar e ir más allá de donde nunca has llegado y como siempre te contaré una historia real, una de esas que tienen vida propia.
Hoy tuve una sesión individual con un chaval. No suelo intervenir de este modo pero este chaval tiene algo de especial: no ha encontrado en 24 años a nadie que realmente haya confiado en él por lo que esto se convierte en un experimento para él y para mí.
Hoy me narraba cómo se siente ante las burlas de otras personas ya sea en contextos de formación o laborales, situaciones en las que se siente discriminado o simplemente ignorado. Me daba detalles en las que “alguien le había dicho XX”, otro le “había dicho XXX” y cuánto le dolían este tipo de situaciones.
En un momento de la sesión, tranquilamente cogí varios pedazos de papel y anoté esas palabras que el etiquetaba de muy dolorosas: “No sirves para nada”, “Eres tonto de remate”, “Imbécil”, “Eres un retrasado”, “Gilipollas”, “Eres lo peor”. Mientras tanto, yo escribía al otro lado de la mesa, él continuaba narrándome lo que le dolían las palabras de otros, contaba y contaba con más y más detalles hasta que de repente le lancé el papel hecho una bola de papel al pecho, y después otra y otra como si fueran piedras sobre él. En ese instante, silencio y una mirada directa hacia mi de… “¿Qué está pasando aquí?”.
A partir de ahí una simple conversación:
– ¿Te ha dolido?- Le pregunté.
– No, para nada.
– Ábrelo y lee lo que pone. ¿Qué hay ahí?
– Palabras, palabras duras– dijo mientras leía las distintas frases que había escrito en el papel.
– ¿Y no te han dolido?
– No.
– Por supuesto que no te han dolido, porque las palabras no duelen. Porque pueden ser las palabras más groseras y duras del mundo y aun así podrían no doler. Porque pueden decir lo peor que podrías imaginar en tu cabeza, y aun así no rozarte ni lo más mínimo. ¿Por qué estas palabras no te han dolido mientras que dices que otras veces “las palabras de otros te destrozan”?
– No lo sé– respondió finalmente.
A lo largo de la sesión le comenté diversos ejemplos, anécdotas y vivencias que le hicieron salir de allí con un cambio en su mente: Las palabras que nos dicen los otros no duelen. Entonces, ¿qué es lo que duele? Lo que realmente duele son las palabras que nos creemos y nos decimos a nosotros mismos. Por más que queramos, el mundo no tiene ese poder, las palabras (que son meras combinaciones de unas cuántas letras) no pueden doler, no pesan, no queman, no son punzantes, no traspasan, no cortan…las palabras no tienen ese poder. El único poder en ese punto está en aquello que creemos de nosotros mismos, y en aquello que nos decimos.
Él me miraba extrañado, con una lágrima asomando en cada ojo pero con media sonrisa al notar que con cada aprendizaje da un paso más en el camino de ser más y más fuerte, más y más maduro y más y más rico en recursos.
¿Te afectan las palabras o te afectas a ti mismo sin darte cuenta con las palabras? Durante esta semana vas a buscar alguna situación en la que alguien te diga algo que no te gustaría escuchar y no vas a reaccionar. Simplemente vas a quedarte callado, notando qué es lo que nos duele y nos debilita en esos momentos. ¿Cuánto de tu voz pones en esas palabras?
¡Nos vemos la próxima semana!
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