Hemos dado casi por sentado que una reunión se inicia después de un tiempo considerable de espera, una visita a un cliente se inicia más tarde de la hora prevista o una formación 15 minutos después de la hora prevista, pero ¿por qué?, ¿Por qué tengo que esperar si no es lo que hemos acordado entre ambos? ¿Por qué pensar que es nuestra “cultura” la que nos lleva a eso?
Esta semana hemos visitado a uno de nuestros mejores y más habituales clientes. En este caso la reunión prevista era con un director de operaciones. Un compañero y yo llegamos puntuales a nuestra cita, a las 16’00. Realmente habíamos llegado unos minutos antes pero esperamos tranquilamente fuera, comentando algunos detalles de la misma, hasta que se hiciese la hora marcada para nuestra cita.
– Hola, buenas tardes, habíamos quedado con Carlos a las 16 horas- le comentamos a su secretaria.
– ¿A las 16 horas? Pues no creo que pueda ser a las 16 horas porque ha salido un momento al almacén por un problema que ha surgido, un tema importante y no sé cuándo volverá. ¿No os ha avisado de esto?
– No, nos ha avisado de ningún cambio.
– Pues entonces, no pasa nada, seguro que vendrá. Igual tarda un poco, pero seguro que llega.
Y así van pasando los minutos: primero aprovechas para comentar con tu compañero algunos temas que tenías pendientes con lo que te viene genial ya que en esta reunión improvisada a las puertas de la otra te ha permitido tratar temas pendientes. Después te quedas unos minutos en silencio, observas el espacio, respiras, te relajas y van pasando los minutos. Después caminas un poco por el espacio como si el simple movimiento fuese a acelerar el proceso. Te acercas a la ventana con la esperanza de que Carlos aparezca ya de una vez y continúan pasando los minutos. Comentas algo más con tu compañero, y un poco más de silencio. Observas el espacio, suspiras y miras tu reloj. En ese momento ya no puedes hablar de minutos porque acabas de escuchar en la radio el sonido de las 17 horas. Sabes que llevas una hora de espera, una hora en que la respiración deja espacio a los suspiros y en poco tiempo va apareciendo una sensación de mosqueo que crece con el sonido del segundero. Y esperas, esperas, esperas y esperas…
No sé a ti pero a mi no me gusta verme en medio de esas situaciones. ¿Por qué el tiempo de Carlos y los problemas de su almacén son más importantes que mi tiempo? ¿Por qué tienes que ir regalando minutos de vida cuando no es lo que tú quieres? Muchas veces cuando hacemos esperar a otras personas no somos conscientes de la importancia de esta situación: ¿te habías dado cuenta de que le “estás robando” lo único que no podrá recuperar en la vida? Alguien puede perder dinero y recuperarlo, puede perder un proyecto y recuperarlo, puede perder algo de salud y recuperarla pero lo único que no podrá recuperar bajo ningún concepto es el tiempo.
“Señor Carlos, me acaba de robar 75 minutos de mi vida que no podré recuperar de ninguna manera, ni uno solo de ellos. Minutos que podría haber dedicado a adelantar uno de los proyectos que me apasionan, o a ver una puesta de sol, o a tomar un café con mi hermana, o a preparar mi siguiente conferencia. Señor Carlos, que no se vuelva a repetir porque ese día cuando usted vuelva, igual ya no estoy aquí y será usted el que espere horas, días o incluso toda su vida a que yo vuelva.
Con mucho cariño (alguien a quien le gusta decidir sobre su tiempo)”.
Es cierto, sé que no siempre puedes poner límites a la primera de cambio, que igual que Carlos me robó 75 minutos y otro día podría habérselos robado yo, pero es útil que al menos te plantees la transcendencia del tema y desarrolles estrategias para no pasar por el “mosqueo” ni sentir que te han robado tu tiempo a mano armada. ¿Qué puedes hacer en estas situaciones?
– Si es la primera vez que sucede puedes optar simplemente por vivirla como una excepción que también te podría haber ocurrido a ti. Si además es uno de tus principales clientes, no puedes poner límites de forma tan contundente sino “educarle” poco a poco y con mucho cariño y respeto.
– Si es algo habitual, con ese cariño y respeto, pero con contundencia hay que poner un límite. Explicando la importancia de tu tiempo y el por qué de tu planteamiento.
– Si lo hablas pero no cambia, tienes la opción de no trabajar para un determinado cliente pero si o sí o sí necesitas trabajar para él, aumenta tus recursos para reinvertir este tiempo. Si quieres compartiré contigo algunas de las estrategias que yo he desarrollado para aprovechar este tiempo de espera:
Si no puedes cambiar la situación, simplemente cámbiate a ti mismo y no pierdas ni uno solo de estos segundos, uno de esos segundos que te quedan por vivir…
Esta semana vas a proponerte el gran reto de no llegar tarde a ninguna de tus citas, ni personales ni profesionales. Conecta a lo largo de la semana, con ese tiempo que “otros” te puedan robar sin la posibilidad de devolvértelos o incluso con el tiempo que hayas robado tú a lo largo del tiempo. Toca ese tiempo, saboréalo, siéntelo porque es lo único cierto que tienes justo ahora. Tiempo…
¡Nos vemos la próxima semana!
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