Sabía que llegaría el momento de desesperación, el momento de no puedo más, el de necesito una ayuda, el de por favor ayúdame, S.O.S o el del whatsapp de “Reme, necesito hablar urgentemente contigo, o sí o sí hay que intervenir”.
Habían pasado meses desde nuestro primer contacto a nivel profesional. Ese primer contacto en el que el cliente te pone sobre la mesa que el Equipo que dirige no está funcionando. Te da sus explicaciones, sus motivos, te explica con detalle cuáles cree que son las causas y te mira con unos ojos que piden a gritos: “Tócales con tu barita mágica, y haz que todo se resuelva”.
Durante todo aquel tiempo le escuchaba, anotaba algunos datos que él me iba dando y en mi cabeza se empezaban a construir las hipótesis, las alternativas y formas de intervención. Evidentemente él sabía describir el “QUÉ”, yo en cambio sabía el “POR QUÉ” y el “CÓMO SOLUCIONARLO”.
En ese punto se me quedó mirando, en silencio mientras yo dudaba si hablarle francamente o hacerlo un poco más adelante. Y en ese punto en el que ya no veía más opciones de salida, me dejé llevar por la confianza y amistad que nos unía:
– ¿Te gustaría escuchar lo que opino?
– Por supuesto, para eso te estoy contando toda la historia con detalle- me respondió.
– Pues creo que para que algo cambie realmente, para que pueda ser viable lo que pides, con quien necesitamos trabajar es contigo, no con tu equipo.
– ¿Cómoooo? Pero si yo soy el que más ganas pone, el que nunca se rinde, el que está día a día al pie del cañón. ¿Cómo que conmigo? Dicho así, parece que estás diciendo que el problema soy yo.
– No digo eso. Simplemente creo que el único cambio puede venir por ti. Ellos no están delante de mí, igual ellos no quieren cambiar, pero con el que sí sé seguro que podemos trabajar es contigo mismo.
– Bueno, ya hablaremos.
Y en ese punto, acabó nuestra conversación. Él no se fue nada convencido, me miraba como si yo no hubiese entendido nada. En ese punto sabía, que no le estaba doliendo lo suficiente para poner todo de su parte y cambiar lo que hiciese falta para mejorar la situación.
Pero solo fue cuestión de meses. Si no activamos ningún cambio, a través de los meses muchos problemas se mantienen con lo que solo hay que esperar a que duelan lo suficiente y en ese punto es cuando la persona está dispuesta a lo que sea necesario, a poner todo de su parte, a hacer lo que haya que hacer para que una situación empiece a cambiar.
Y es que este manager, como muchas personas que conozco, encontró sus fuerzas para activarse y moverse cuando estaba cerca de la desesperación, cuando ya no se le ocurría nada más que hacer para funcionar correctamente con su equipo. Evidentemente no era toda su responsabilidad pero si su gente no estaba dispuesta a cambiar, tan solo había un cambio posible: el de él mismo.
El reto de esta semana va a consistir en buscar una problemática en tu equipo de trabajo y atender no solo a las muestras observables del conflicto sino a todo aquello que pueda estar influyendo en el mismo. De este modo, al recoger información de la situación, de las partes, del por qué se crea el problema, es muy probable que también empieces a desarrollar nuevas ideas, nuevas opciones para encontrar soluciones al mismo.
¡Nos vemos la próxima semana!
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