Mi foniatra me lo dijo a los 5 minutos de entrar en su consulta: “Reme, el 95% de cosas que dices no sirven para nada”. ¿Puedes imaginarte cómo me quedé? Creo que casi entré en shock… ¡Jajaja! Era la primera vez en mi vida que la veía, nunca habíamos hablado y ya tenía esa confianza para decirme aquella frase tan contundente. Me parecía cuanto menos, sorprendente.
Pero mira, gracias a sus clases, sus frases contundentes y sus consejos, ya no me he vuelto a quedar afónica. Aunque la verdad, es que en aquella época todavía no sabía todo el potencial que puede tener el silencio.
Hace unos meses me di cuenta de que cada dos por tres estaba metida en algún problema… ¡Y todo por mi comunicación! Unas veces porque había dicho algo innecesario, otras veces por cómo lo había dicho, otras veces por la mirada que había puesto, el tono de voz o incluso por cómo había movido una ceja. En ese punto me asustaba tanto meter la pata, que ponía los ingredientes perfectos para meterla irremediablemente.
En ese momento estaba trabajando a nivel personal con un profesional que me propuso un reto: ¡Cállate, escucha y siente!
¿Callarme? ¿Escuchar? ¿Sentir? No sé cuál de las tres acciones me iba a resultar más difícil. Ello me demostraba que en los últimos años había practicado muchas habilidades pero justamente no estás. En definitiva se trataba de hacer una prueba conmigo misma: estar más callada, sin tener que expresar cada cosa que sentía o pasaba por mi cabeza, escuchar no solamente haciendo como que oigo y sentir. Un sentir simplemente por dentro, pero sin compartirlo de forma tan explícita.
Te aseguro que los primeros días fueron complicados pero de repente empecé a descubrir aspectos de los otros y de mi misma que me fascinaban…
En ese tiempo vi que le gente que me había criticado por mis formas de comunicarme, en momentos de estrés hacían exactamente lo mismo: podían comunicarse incorrectamente, podían utilizar un mal tono o una comunicación no verbal no excesivamente amable. Pero en ese punto, para mí era mucho más sencillo estar ahí, escuchando, dejando incluso que alguien me hablase mal, sin hacer nada, respirando y manteniendo la calma. Digo sencillo, pero no fácil. Era tremendamente difícil cambiar el patrón, pero el experimento valía la pena.
En ese tiempo vi que yo misma cuando respiraba y dejaba pasar unos segundos, sentía que ya no era tan necesario expresar y mostrar cada uno de tus pensamientos y sentimientos. Al no compartirlos, el resto ya no se sentía demasiado atacado y los problemas en ese punto empezaban a disminuir.
Al probar aquel experimento durante unas semanas empecé a disfrutar de las ventajas del silencio:
Y es que mientras hablas, no aprendes tanto como podrías…
El reto de la semana se trata de un reto silencioso. No te voy a pedir que hagas el experimento de 21 días en silencio pero sí el de “un día de máximo silencio”. Se trata de que durante un día reduzcas al máximo tus aportaciones comunicativas y las cambies por silencio, por escucha, por tranquilidad y por disfrutar de todo lo que vas sintiendo y descubriendo de ti mismo, del mundo y de los otros. Igual llegas a sorprenderte…
¡Nos vemos la próxima semana!
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